Ella, que tenía las uñas como pelo de gato y el cogote le olía a pan recién tostao
Ella, que se reía de mi constantemente, me pegaba, empujaba e insultaba sin ton ni son;
Ella, que se reía de mi constantemente, me pegaba, empujaba e insultaba sin ton ni son;
que me soltaba en las orejas los insultos como mariposas que se podían tirar una tarde entera revoloteando en mis orejas y finalmente se posaban en mis mejillas como una bofetada feliz.
Ella, que me daba miedo de noche y de día, que me comía el cuello sin pudor ni rencor.
Ella, que se sabía dueña de muchos y muchas.
Ella y el maldito pucherito en el labio inferior que puede con mi vida entera y obliga a mis manos a recoger como en un cuenco su mandíbula y comérmela.
Pues vaya con Ella.
ResponderEliminarSaludos, Endina.
Precioso y, como siempre, muy sugerente.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo desde el Otro Lado
y...
ResponderEliminar¿...Dónde termina la literatura?