jueves, 9 de septiembre de 2010

Piruetas cósmicas


Me dijiste que no prosiguiera con el truco de la sierra, la sirena coja y la caja de madera. Me lo dijiste con las yemas de los dedos en los ojos y las cuencas llenas de sombras de bicho muerto. Te prometí que no habría ya más conejos blancos ni chisteras ni escombros con fresas en el congelador.
Después te hiciste un moño, te largaste y vinieron los ladrones y se llevaron la casa y dejaron los muebles patas arriba. Pregunté por ti en la escuela, la pescadería y en lencería para perras domesticas, pregunté por tu prima, cuñada y madrastra. Pregunté por tus telarañas en Oviedo y tus estudios de princesa terca. Nunca antes supe tanto de esa que me miraba con el rojo de la boca en la nuca, con el rojo manchando las paredes de lengua y las almohadas de luces tiernas.
Metía la cabeza por el hueco del sillón y te buscaba cada tarde y por las noches dormitaba un café incandescente junto a la mesilla de noche para recordarte humeante y caliente a mi lado, para olerte tan intensa y penetrarte allá donde te largases.

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