lunes, 14 de febrero de 2011

Te giraste de golpe y allí estaba ella.
Con la capucha tapando su pelo, pero tan rubísima como siempre y más blanca si puede. Con sus viejas zapatillas desabrochadas,un sin fin de cordones disolviéndose al aire de media tarde.
Te miró ladeando el gesto,no pensaba mover los labios. Entró en la primera cafetería a la derecha, tú detrás y le pagaste el café con leche en taza grande, la perseguiste a su casa y hasta le ataste los cordones. No se dejo ni rozar, levitaba por la habitación cabizbaja murmurando versos suaves, rehabilitando tu alma con cada gesto, con cada mirada que te robaba, con cada suspiro regalado.

martes, 8 de febrero de 2011

Yo nunca te pedí oro, incienso o mirra, solo dinamita y alicates grandes. Jamás le recé a ninguna virgen de esas frondosas para que vinieras a rescatarme del estruendo final de aplausos cuando las bombillas se apagaban y me quedaba yo frente aquella multitud pavorosa sin ánimo de lucro. Solo empecé a huir antes de tiempo porque los quirófanos resultaron darme alergia demasiado temprano o quizás porque el olor a bata verde me recordaba demasiado a tu cueva, tus tijeras de podar pelo, a tus yemas de trueque instantáneo...

Quizás fue todo y nada; o que descansé demasiado bajo el manzano prohibido esperando ver pasar la bandada de pelicanos que tu filmabas a luz bajada en los atardeceres violentos los meses de mayo de cada año par... o quizás la cascada bajo tu ducha y el polvo mañanero mas temprano de la historia de tu cabaña; o quizás fue Morfeo y un sin fin de promesas, o esa cantidad de lunares nuevos que te han salido desde que no te los cuento; o quizás chupar miel del pucherito del labio inferior que la repostería podría admitir como amargo... o los pantalones del chandal con dos rayas blancas, o la página prohibida del periódico de los domingos, o el plato que sobraba en casa, o la estilográfica o la fregona o la cama....

jueves, 3 de febrero de 2011

Doscientas cuarenta cajas de huevos en la furgoneta. Te invite a cenar a ti y a todo un regimiento y luego tú presumías de que te sobraban huevos...
En el postre, desiertas mis medias de tus huellas de manos negras desde que descubriste que soy como una de esas cabras que se desmayan cuando se asustan, solo que a mi no me hace falta asustarme para tragar suelas... Y es que caigo al inicio de las campanadas, y caigo con golpe húmedo y delirios aunados. Y caigo tan lento que tengo tiempo de pensar en lo que haré luego...
No sabías por donde empezar, si criticarme, si estafarme o robarme objetos de esos con cero valor sentimental. Sea como fuere, el caso es que acabe sangrando por los cuatro costados con las heridas de balas perdidas que siempre me asaltaron.