lunes, 7 de noviembre de 2011

como si fuera agosto

Podían haber pasado años antes de que te percataras, porque te centrabas demasiado en parecer normal en mitad de un mar de excentricidades. Aquel otoño hasta comprendiste la metáfora aquella del árbol que cae en el bosque y no hace ruido y muchas de esas chorradas que te enseñan de pequeño en cursos extraescolares que abandonas a la semana y pico.
Las alfombras voladoras se adueñaron del salón en verano y en octubre ya reunían puntos suficientes en el carnet de conducir para alarmar a un regimiento completo de presos. Y es que tú sonreías directamente al calabozo, con las manos entrecruzadas en el torso y un pie apoyado sobre una columna de mármol.

como si fuera agosto

miércoles, 2 de noviembre de 2011

retrasos en la conciencia


Planeabamos, rescate en avioneta a 200 por hora y ritmo de reloj marcado. Nos estrellamos rápido y a posta y luego fuimos dejando las piezas paulatinamente en un desguace de 3x2; dejando litros y litros de aceite desparramados por el camino, manchábamos hasta por los ojos, y cada centímetro de nuestra piel lloraba aceite caliente y turbio. Fuimos acercando el hocico despuès de huir un par de veces por las chispas que saltaban. Empezamos a oler, empezamos a escuchar, tocar hablar; como el despertar de un sueño y ya si era vida y no lo de antes... a medio minuto del extasis y doce centímetros al oeste de tu clavícula, el hueco justo de tres dedos, el cenicero perfecto me hace esclava a voz bajada de los susurros de cama.

lunes, 3 de octubre de 2011

retales mentales


Me has llegado a ver de todas las maneras posibles; despidiéndote, desnudándome, sonriéndote. Me has despedido de mil maneras diferentes. Con la mano, boca a boca o a puñetazos sin palabras, sólo con los ojos, con las manos, sin la boca y a guantazos….
Me has desnudado en los lugares más recónditos del alma, en las esquinas, en los tropeles, en cada avenida con la mirada, en casas deshabitadas, cuarteles y entre la retama.
Me has sonreído con tus 17 sonrisas diferentes y hasta me hiciste crear una risa solo para tus noches de cosquillas nocturnas a voz bajada y entre susurros camuflados de cachorro
















porque aunque faltes siempre apareces

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Estuvo sentada en una terraza durante media hora tomando café y escribiendo letras mayúsculas sobre un pentagrama, de lejos me parecía verla haciendo crucigramas hasta que le pregunté por su vicio y me contestó con aquello de que para que pintar los floreros con pinceles rústicos chinos. Yo me quedé parada y asentí con disimulo a un ritual medio macabra de ritos gástricos en tarros de cristal.

Podría haber pasado cualquier cosa, como el roce de los elefantes con sus orejas, o una hormiga por el dedo gordo, cuerpo a cuerpo en la mitad de la nada de tu pie. Podrían haber sonado campanas lejanas de desesperación al mismo ritmo que derribábamos trozos del epitelio de la vida y de las membranas acuosas de los sentimientos. Podríamos haber derretido hielo con solo mirarlo porque ardíamos en fuego vivo. A veces parecía cosa de brujas encontrarse en mitad de la nada, o ese rumor cercano a tu perímetro de seguridad latente cuando te me acercabas demasiado. Era curioso que cada centímetro pudiera contar tanto, como una especie de parquímetro rojo de esos de la hora, parecía que esperabas a que pasará en el minuto exacto en el lugar preciso. Era frecuente, cada vez más frecuente recorrer rutas cercanas preestablecidas y casi sin ningún rumbo aparente. Era ambigua la vida y nada parecía cosa de casualidad...

lunes, 19 de septiembre de 2011

retenciones mentales


La mañana de un cálido día de marzo me levantaste a lengüetazos con sabor a menta. Llevabas toda la noche despierta al parecer y sin sueño y con una sonrisa de oreja a oreja ya me preguntabas que quería para comer.
Te echaste en la cama y empezaste a contar las cuentas del collar que tanto te gustaba, ensimismada y casi por inercia me hiciste levantar para que cogiera una caja de la estantería de al lado de la ventana; allí había una pulsera, con su pertinente historia como todo lo que había en tu casa. Y me la regalaste y me pareció que caíste en la más honda de las nostalgias existentes.

Desde aquel momento, desde aquella mañana rasa, la casa empezó a oler diferente, se me antojó que se confundían las brisas cálidas de primavera con el olor a horno encendido y rechamuscao de la cocina.

Cuando salíamos a la calle ya no querías cogerme de la mano, evadías las preguntas con respuestas fraudulentas, aquellas que para ti tenían respuesta si/no tú contestabas no sabe/ no responde.
Íbamos a zapaterías antiguas de los años setenta, de todo en liquidación y mitad de precio y comprábamos zapatos grandes de números primos impares.
La comida empezó a resultarme 3 grados más caliente de lo habitual y es que habías cambiado el horno a grados Fahrenheit y aún no atinabas demasiado con eso de los decimales...

Todo empezó a parecerme descontextualizado, equivocado o exaltante, porque cuando me descuidaba el jardín se llenaba de topos que tu traías desde el noroeste de la península solo para mi... aunque sabías que los detestaba. Pero aun así, me demostrabas que lo que cuenta es la intención, el esfuerzo y la alegría. Decías constantemente la palabra alegría pero de tus cuencas semilíquidas ya no brotaba a borbotones la risa y tú escondías a hurtadillas en la despensa algo para que no lo viera, para que no descubriera que lo de la comida, no era sal seca sino todas tus salmueras...

domingo, 4 de septiembre de 2011

Me vendiste una bici a precio de comida para perro. Me oscureciste el gesto con tan solo ocho palabras necias y a veces cuando sonreias podía leer entrelíneas más de la cuenta.
Recibiste tantos aplausos a los doce que con veintitantos ya te dolían las palmas y andabas cabizbajo subiendo la cuesta de camino a casa mientras yo te observaba desde la distancia. Creía que todos retos de confusión mental a los que me sometías eran solo un juego en el que tú eras cascarón de huevo porque siempre hacías lo que querías y encima te llevabas el premio.