viernes, 9 de julio de 2010

Huelen los cambios



De pequeña aborrecía los taladros, ese ruido atronador augurando cambios en casa siempre me hacia temblar y ocultarme en la bañera de mama era lo único que me hacia sentir protegida, como si un útero gigante me envolviera tras esos azulejos embadurnados de vapor oliendo a niña con miedo. Hablaba y hablaba, y conocía a las personas que me rodeaban más por sus nombres y apellidos que por quien eran. Hacía entrevistas invisibles, recortaba aquellas cosas que nadie se atrevía a recortar, llevaba sombreros. Escribía cuentos y poesías en aquel viejo cuaderno ilustrándolos con el mismo esmero que mamá ponía en hacer la comida. En el colegio destacaba por mi recato, inteligencia y educación; siempre hacía de virgen María en las teatrales representaciones en Navidad. El perfeccionismo era mi huella y según escuche decir una vez a los mayores rozaba lo patológico, algo que yo nunca entendí hasta diez años después. Ahora sigo odiando los taladros y si suenan me mamparo; sigo haciendo preguntas como si planeara entrevistas, recorto lo in recortable, uso sombreros para protegerme de la otredad y escribo, escribo hasta saciar mi alma de letras, hasta que mis pulmones quedan henchidos por el fulgor de la metáfora. Al fin y al cabo no he cambiado tanto, solo que ya no soy la virgen María y el recato me lo paso por donde a mis congéneres fálicos.

martes, 6 de julio de 2010

Tardes escupiendo suspiros de pétalos rosados


He dejado de hablarle al cielo de la nube de desechos que desde que se le escapó me persigue dando cabida a tantos y tantos pejigueros. Termino las tardes editando pedazos de mentes en blanco con chorros de sangre borboteando; Y entre los huecos de macedonia amarga dejo escapar de vez en cuando nubes de algodón blanco para retirar meses y recuerdos aguados y promesas que pesan mas que un nazareno mojado.
Paso las horas del alba obligando a determinar a la aurora los colores más amenos para pasar meses de angustia desesperando porque el amor es así, un capricho alado y escapa volando hacia el norte todos los años un par de meses que hacen daño.

lunes, 5 de julio de 2010

Devastar cabezas


Estaba furiosa con la directora, la madre Concepción. Sucedió algo breve pero intenso. Decidí que la odiaría y me empecé también a odiar a mí por acatar normas que no tenían ningún sentido dentro de mi cabeza; por esa obediencia que me estaban inculcando y que yo aborrecía con toda mi alma.

Retorcían cada uno de mis pensamientos los bucles dormidos de mi pelo. Recortaban mentalmente mis jadeos esos bucles cayendo por detrás del cuello. Y sin querer pensar más, como si la solución la abarcarán unas tijeras de metal, cogí mechones con intención de cortar y cortar y cortar. Y corté el primero y se sucedieron tantos como mi cabeza me pedía y más y más y más hasta un total de la cabeza entera a no más de seis centímetros en sentido longitudinal.


Conforme veía caer rizos uno tras otro sentía alivió, pero solo era un alivio momentáneo, poco a poco la ira se apoderó de mi y luego sentí pena…. Echaba de menos los rizos y las rastas unidos durante tanto tiempo como una prolongación de mis pensamientos en sentido fusiforme y sobrevinieron sobre mi ríos de vino glaciar. Sobrevinieron también pataletas y globos murmurándome obscenidades y un balcón sin barrotes por donde echar a volar tranquila durante esa noche… En el caso de que mis alas no se desplegaran siempre podía acogerme la molla verde que debajo del balcón se debatía entre la tila que meses atrás le tiraba y el uranio enriquecido que la embadurnaba mañana tras mañana.