viernes, 9 de julio de 2010

Huelen los cambios



De pequeña aborrecía los taladros, ese ruido atronador augurando cambios en casa siempre me hacia temblar y ocultarme en la bañera de mama era lo único que me hacia sentir protegida, como si un útero gigante me envolviera tras esos azulejos embadurnados de vapor oliendo a niña con miedo. Hablaba y hablaba, y conocía a las personas que me rodeaban más por sus nombres y apellidos que por quien eran. Hacía entrevistas invisibles, recortaba aquellas cosas que nadie se atrevía a recortar, llevaba sombreros. Escribía cuentos y poesías en aquel viejo cuaderno ilustrándolos con el mismo esmero que mamá ponía en hacer la comida. En el colegio destacaba por mi recato, inteligencia y educación; siempre hacía de virgen María en las teatrales representaciones en Navidad. El perfeccionismo era mi huella y según escuche decir una vez a los mayores rozaba lo patológico, algo que yo nunca entendí hasta diez años después. Ahora sigo odiando los taladros y si suenan me mamparo; sigo haciendo preguntas como si planeara entrevistas, recorto lo in recortable, uso sombreros para protegerme de la otredad y escribo, escribo hasta saciar mi alma de letras, hasta que mis pulmones quedan henchidos por el fulgor de la metáfora. Al fin y al cabo no he cambiado tanto, solo que ya no soy la virgen María y el recato me lo paso por donde a mis congéneres fálicos.

1 comentario:

nada estomagante