miércoles, 5 de enero de 2011


Pies de asfalto, huellas de queso; estoy escapando y no es inócuo confundirte dando pistas falsas de mi paradero en algún lugar de Manila, de nuevo.Tus puñales no los guardo,el último día que desayunamos aceitunas negras prometí no olvidarme de llevar una cantimplora con todos los mejunges de saliva que recogí entre tus ríos emblemáticos y los lagos que quedaban en los edredones de ikea cuando por las noches despertábamos envueltos en sudor pragmático.

Tuvimos que devolverle ojos a quinientas guitarras y la luz interior a infinidad de escobas voladoras. Tuvimos que convencer a la paloma de la paz para que abortara durante aquel agosto florido hasta los goznes de angiospermas. El mundo se había vuelto loco y nosotros manteníamos la cordura atada en tarros mezclada con miel y en algún que otro quinqué de madera que nos daba luz y fuego por las noches entre colchones con harina desparramada y fuentes de hojalata barata.

Cada tres minutos moría una cucaracha en casa, cada seis tu fragancia se expandía por el salón haciendo ochos cortantes con el sol de media noche, haciendo sinuosas maniobras hasta descansar en mi vientre, hasta soprepasar los límites de la piel y la carne....Hasta tentar tanto a la ocre suerte que un día se cansó de tus afilados colmillos y del aturrullado estigma que me imponían hasta verme morir en la orilla del río de la fustigación... Nos ofreció la cena por primera vez en doce años. Y tantos años sin probar bocado quela sopa me supo a masacre, cada rincón de mi boca hizo un poema con tu sello y puso fin a los tormentos en las noches de aquella casa.


Antes de marchar rompí la letra de la canción que no acabaste nunca, la que más se te resistió, la que noche si y mañana también sonaba entre tus labios inacabada y tenue, melodramática... Como mis urgentes acusaciones de mañana temprana, cuando aparecían hipopótomos en la puerta de casa y tu les abrías, pasaban , los alimentábamos y los dejábamos ir cuando el cartero se marchaba. Y este solo venía una vez por semana pero mil cartas llegaban para ser leídas y mordidas, luego destruidas en los estómagos de nuestros animales preferidos de compañía. Todos aquellos años nos estuvimos escondiendo de mil cosas; de la radio, las tijeras rojas, de la luna cabeza abajo, de los pólipos del jardín, de la vecina cotilla y sorda, del lechero, de todas las palabras que nos escribiamos en las ausencias, de cada sentida muestra de afecto, de cada momento juntos nos escondíamos...
Ahora solo me escondo yo. Es más fácil cubrir solo mi cabeza, que la de los dos, amor.

1 comentario:

nada estomagante