miércoles, 28 de septiembre de 2011

Estuvo sentada en una terraza durante media hora tomando café y escribiendo letras mayúsculas sobre un pentagrama, de lejos me parecía verla haciendo crucigramas hasta que le pregunté por su vicio y me contestó con aquello de que para que pintar los floreros con pinceles rústicos chinos. Yo me quedé parada y asentí con disimulo a un ritual medio macabra de ritos gástricos en tarros de cristal.

Podría haber pasado cualquier cosa, como el roce de los elefantes con sus orejas, o una hormiga por el dedo gordo, cuerpo a cuerpo en la mitad de la nada de tu pie. Podrían haber sonado campanas lejanas de desesperación al mismo ritmo que derribábamos trozos del epitelio de la vida y de las membranas acuosas de los sentimientos. Podríamos haber derretido hielo con solo mirarlo porque ardíamos en fuego vivo. A veces parecía cosa de brujas encontrarse en mitad de la nada, o ese rumor cercano a tu perímetro de seguridad latente cuando te me acercabas demasiado. Era curioso que cada centímetro pudiera contar tanto, como una especie de parquímetro rojo de esos de la hora, parecía que esperabas a que pasará en el minuto exacto en el lugar preciso. Era frecuente, cada vez más frecuente recorrer rutas cercanas preestablecidas y casi sin ningún rumbo aparente. Era ambigua la vida y nada parecía cosa de casualidad...

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nada estomagante