sábado, 4 de diciembre de 2010

movimientos clandestinos


Eras lo peor y eso era lo que mas me gustaba. Llevabas a cuestas más de tres mil hurtos, mil heridas sin venda y un centenar de reyertas perdidas. El día a día se consumía a tu lado dando rienda suelta a un millar de bicis para vender de segunda mano. Me lo dabas todo: el poder de romper plata, sumergirme en billetes de escaparates entre tus manos ardientes, robar hasta miradas y consumir la dulzura con tanta destreza que parecía de mentira.

Nunca te habías reído tanto de mí como cuando mencioné los recursos hídricos y todas esas cosas que siempre me callaba. Yo de erudita por la vida, tu escuela la mismísima calle, pero nadie te libraba de conocer lo incognoscible, de saber más que el diablo por viejo...
Me decías que solo te importaba el hoy y el mañana, aborreciendo la semana que llegaba… Podías poseer cualquier cosa de manera efímera, no deseabas nada material en este mundo; viajaste con lo puesto y con eso pasarías el resto de la vida; llegaste a mi con las manos vacías y juntos registramos los huecos de la pared hasta encontrar los suspiros abandonados a lo largo de tantos años para consolarnos. Aunque todo fuera un engaño nos daba igual el hambre y la cárcel, las yagas escocían mientras tirabamos para adelante.

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